martes, 2 de julio de 2013

LA MUJER QUE HABITA Y LA MUJER QUE VIVE


Por Rosa Vilches. Lima,Perú

"La mujer que habita y la mujer que vive se buscan y se encuentran en el sin límite de sus formas, que son maneras... Sienten que se aman y se respetan.

La que habita es eterna y serena, gusta del silencio, es alegre y gusta de la gracia... sabe que no sabe y por ello vuelve una y otra vez a la profundidad sagrada a nutrirse de amor: ese que la hace cómplice de almas amantes, de algo más allá que ellas mismas. Un amor que la hace sumisa y la lleva a entregarse al prudente compromiso que en cada aliento le insuflan y en cada exhalación asume.

La mujer que vive, vive de las experiencias, que son apariencias de otras, que también vivieron de las mismas y así termina creyendo, que ella es ellas, y cuando eso sucede, sufre, trama, llora, se queja, se duele, siente temor, rabia y… repite y repite a las que vivieron sin encontrarse con la que mujer que habita, vagando inevitablemente en sus formas hacia el precipicio del desespero de buscar alcanzar un sueño que no es de ellas.

La mujer que habita aguarda en Eterno a la mujer que vive, la contempla desde In-finito, desde la profunda consciencia de la caducidad de la apariencia. Y así, la respeta en sus quimeras, mientras aguarda por ella; le susurra en sus sueños, mientras espera que sueñe con ella; la cobija en sus mares, mientras recibe sus lágrimas. Y está ahí, en el filo del precipicio para acogerla.

Cuando la mujer que vive se encuentra con la mujer que habita, un nuevo aroma se expande, una fuerza de amor la envuelve y se hace fuerte, no para enfrentar sino para asumir una posición liberadora.

Cuando la mujer que vive abraza a la mujer que habita, esta también la abraza y juntas hacen, mejor dicho, reparan. Ese hacer conjunto es consciencia y trasciende los tiempos: pasado, presente, futuro son un instante, reparan.

Cuando la mujer que vive reposa en la mujer que habita, despierta al deseo de jugar, y renuncia de manera consciente a las jugarretas. Así viven de manera conjugada, con-jugando el verbo amar.

Cuando la mujer que vive se hace reflejo de la que habita, es solidaria y transparente, no utiliza a la que vive, la respeta, porque sabe que es reflejo de la que habita. Se hace útil de lo sagrado e inútil de lo utilitario. Y sabe de la delicada línea que los separa.

Cuando la mujer que habita acoge a la que vive, la impregna de novedades posibles y espera con gentileza que ésta los haga vivos, los realice.

Sus formas que son maneras, son a veces las mismas, en apariencia, lo que las hace diferentes son las sensaciones que las envuelven, que las motivan.

A la que habita la envuelve la fe, la compasión, la piedad; ella se dispone a recibirlas y se entrega para que hagan en ella, según los designios de la auténtica necesidad.

Cuando la mujer que vive se hace una con la que habita, no tiene pena ni tristeza, siente profunda compasión por todos los que viven y ora con la esperanza de que todos lleguen a contemplarse desde su profunda esencia que los habita.

Cuando la mujer que vive y la que habitan se funden, no dudan de sus amores y buscan las maneras, más allá del límite, de hacerlo Eternamente bondadoso, porque saben que lo es.

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